M E D I T A C I
ÓN Y A L G
O MÁS
En la historia de la psiquiatría, después de muchas idas y venidas entre el
cerebro (símbolo de lo objetivo) y la mente (símbolo de lo subjetivo) se está
volviendo a profundizar en el sentido original de la palabra psyque.
Psyque, etimológicamente, significa alma.
En la psicoterapia occidental se está incorporando una práctica que proviene de
tradiciones orientales milenarias y que se basa en entrenar la atención
plena (mindfulness).
Mindfulness (anglicismo que se ha incorporado ya al lenguaje psicológico
habitual) hace referencia a lo más elevado del cerebro humano: la mente que se
observa a sí misma. Es la capacidad de estar consciente y presente en un
momento particular, momento que integra la totalidad del ser. Esta
cualidad la puede desarrollar cualquier ser humano, pero si no se practica no
se puede conocer.
La meditación, que es el origen del mindfulness, legitima la propia experiencia
como fuente de conocimiento. No es una relajación, esto sería una
consecuencia final en todo caso; no es una huída de la realidad ni un refugio
para los problemas, es una práctica para cultivar la conciencia. Permite
observar el proceso mental sin involucrarse en su contenido, pues, la mayoría
de las veces, las causas profundas de nuestro sufrimiento tienen que ver con la
confusión o con la narración que nos hacemos de lo que ocurre.
Meditar es simplificar. Es atender, sentir, observar y aceptar. El
pasado y el futuro son productos mentales. Agarrarse al pasado es típico
del ánimo depresivo y preocuparse por el futuro es la característica de la
ansiedad. El reto es aprender a estar en el presente sin juicios ni
condenas, siempre con amabilidad.
El mindfulness se encuentra en todas las religiones del mundo y nadie puede
considerarse un experto, como nadie lo es en ninguna actividad espiritual,
puesto que una vez que alguien se hace experto en algo, deja de aprender y de
explorar y su vigilancia se marchita.
El budismo es el origen de la práctica de la atención plena y data de
seiscientos años antes de Cristo, aunque en realidad, todos los místicos
cultivan el silencio y el aspecto consciente de la atención, pero en ellos, hay
un paso más allá. Hay un desprendimiento y una entrega total a una
voluntad mayor que uno mismo, el yo no manda, y en su debilidad, se deja
encontrar por algo que le sobrepasa. En la contemplación hay una comunión
con lo sagrado para abrirse a una realidad trascendente. No siempre se
puede poner en palabras lo que, humanamente, parece imposible, pero lo que está
claro es que estas vivencias producen una alegría y una plenitud
indescriptibles.
Al escéptico moderno le resultará imposible concebir estas actividades, pero de
eso se trata, no de creer, sino de experimentar. Sólo una práctica
constante y entregada enseña a descubrir estas capacidades de la mente y del
corazón.
Todavía queda mucho que trabajar para que la gran riqueza de la espiritualidad
occidental se incorpore a nuestro modo de pensar actual. Sin los símbolos
colectivos estamos solos para luchar con las fuerzas interiores y si nuestras
sombras no están canalizadas por la comunidad se corre el riesgo de perder
identidad y significado, y, a la larga, enfermar. No olvidemos que un ser
humano siempre es un cuerpo y una historia.
El camino contemplativo es una escuela para aprender a descubrir lo divino en
nosotros y vivir a partir de ello. La confianza es radical. No es
del meditador de quien proviene el resultado, el silencio de la mente se abre
al Gran Silencio que es Amor. Entonces se vislumbra, sólo se vislumbra,
que la riqueza humana se encuentra en un nivel de conciencia que cambia la
comprensión del mundo.
Mercedes Nasarre Ramón.
Psiquiatra.
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